Festivales de Cine: tradición,incertidumbre y ciberespacio

Por Jorge Cappelloni

Los últimos festivales nacionales de cine nos permiten reflexionar acerca de la problemática que los atraviesa y las expectativas que suscita en el espectador cada encuentro en torno a las perspectivas del fenómeno cinematográfico.

Indudablemente con el correr de los años algo ha ido cambiando, no solo en el cine sino en el mundo entero. Nuestra experiencia vital se encuentra en la actualidad atravesada por la dinámica que imponen las nuevas tecnologías y las distintas posibilidades que brinda la cultura digital.

A partir del primer Festival de Venecia en los años treinta y con el transcurrir de las décadas ha habido una explosión demográfica de festivales de cine a nivel mundial (en temáticas, formatos, género, diversidad, etc.).En la actualidad este fenómeno paradójicamente se enfrenta a la creciente amenaza que circunda al propio núcleo productivo. Asistimos a la desaparición o reconversión de figuras emblema de lo cinematográfico: la sala como reducto por excelencia de la experiencia popular, la finitud del celuloide y de sus proyecciones, las dificultades en la exhibición o el cierre de las principales distribuidoras de cine arte. En este sentido el retiro de Primer Plano en la distribución local o la posible desaparición de la productora, distribuidora y exhibidora española Alta Films (dueña de los Cines Renoir) exime de mayores comentarios.

Hagamos el mero ejercicio de repasar la cantidad de películas proyectadas en los distintos festivales a lo largo de los últimos años y cuantas de ellas han logrado distribución nacional o alguna pantalla para su difusión. No cabe duda ya que, son hoy estos eventos cinematográficos la única posibilidad de exhibición para muchas de las películas que se producen en el planeta. Un elemento ejemplificador para este tópico lo brinda el director brasileño Julio Bressane (cuya retrospectiva se brindara en el 15º Bafici) y que respondiera al periodista Ezequiel Boetti del diario Página 12 sobre la no circulación de su cine argumentando que era “Por la censura del sistema cinematográfico brasileño y la burocracia. Ellas hacen que todas las películas, al igual que ocurre en el mundo entero, se hagan con dinero estatal. Y el público no quiere eso. El cine, tal como lo conocíamos, desapareció. Lo que hay hoy es otra cosa. Ya no tiene un cerebro, sino que copia el modelo televisivo con imágenes esterilizadas sin significado ni poesía. Hay que ver qué ocurre con el paso del tiempo, pero quizá sea necesario un olvido generalizado para continuar. En ese contexto, el Estado mantiene el negocio, y mis películas casi no son exhibidas”.

Sin soslayar estas situaciones, los festivales se imponen aún como un espacio comunitario de contacto y disfrute, un lugar en donde existe la posibilidad del diálogo corporal, del intercambio, del boca a boca, del debate posterior. Estos acontecimientos no solo facilitan al público un ámbito tradicional de reunión -lugar que podríamos afirmar solo ostentan la convocatoria masiva de los recitales de música-, sino que renuevan el compromiso intimo con la ceremonia cinéfila, facilitando la posibilidad de ver obras de directores que en algunos casos resultarán marginadas de los circuitos convencionales de exhibición, o serán recuperadas solo en selectos espacios televisivos o en proyecciones en Centros Culturales, Cineclubes o espacios alternativos.

Si en el pasado acudir al cine proporcionaba al espectador un espacio de comunión y la posibilidad única de descubrir para sí y en conjunto, películas tanto de la fábrica hollywoodense como la obra de grandes autores o directores independientes, es indudable que ese paradigma ha cambiado. Con el advenimiento de la era digital asistimos a una verdadera metamorfosis, el cine como tal ha drásticamente sido desplazado del lugar de privilegio que ocupaba en la industria del entretenimiento, siendo cuestionadas todas sus aristas (producción, distribución, exhibición,) hasta incluso verse transformado en su propia especificidad (el paso de la película virgen al formato DCP). Se advierte que casi no existe la posibilidad de continuar proyectando comercialmente en fílmico y se cuenta con un público que es cada vez más renuente a concurrir a las salas de cine, seducido en gran medida por la diversidad que le propone ese otro universo audiovisual.

Sin dudas los ejes del mercado de la exhibición y el consumo de imágenes ha ido cambiando y corrido la propia experiencia del espectador hacia un ambiente diferente, un perímetro en donde la fruición resulta subjetiva, al amparo de la multiplicidad de oferta que propicia Internet.

Es en la desmesura de la red de redes y especialmente en la plataforma YouTube donde todo el cine (y gran parte de su historia) estará digitalizado, resguardado y archivado, para ser navegado, apropiado, compartido, consumido en tiempo real o en descargas que permitan su posterior visión en las multipantallas y dispositivos que nos circundan. El navegante–espectador es quien tiene ahora la potestad de elegir su propio menú para decidir la lógica y secuencia que tendrá la programación audiovisual, ya que no solo puede conservar, rearmar y ordenar las películas a su antojo, sino organizarlas en función de su estado de ánimo y disponibilidad temporal, es decir “En pocas palabras, en la RV desaparece la figura y la función del narrador tanto como desaparece la figura y la función de público unificado. Y con ello se replantea brutalmente el conflicto entre sensorialidad y narratividad, entre mímesis y diégesis, entre percepción y estructura. Como se replantean no menos agudamente la función y tareas del espectador en relación con el espectáculo y con la fabulación representada.” [1]

En este estado de situación bien valen rescatar algunas prácticas de “resistencia cinéfila”, casos como el cine Breitenseer Lichtspiele de Viena, que permanece abierto desde hace 104 años, brindando películas mudas de la década del 20, proyectores de 35 milímetros y un piano, o la experiencia local del binomio Peña y Manes creadores de Filmoteca en Vivo: el rescate y proyección de películas en fílmico tanto del período mudo -musicalizadas en vivo – como raras gemas del sonoro. El cine como fue en un principio sobrevive en éstas y muchas otras experiencias personales y colectivas.

Y es que a pesar de lo que suceda con los avances y modificaciones que la tecnología nos imponga, en cada rincón del mundo centenares de festivales de cine – como los conocemos o con la forma y dinámica que adopten – volverán una y otra vez a convocar a los espectadores para celebrar la liturgia cinéfila, aquella de disfrutar de las imágenes en movimiento en su ámbito natural de pertenencia: la sala cinematográfica o lo que se entienda por ella en un futuro.

Notas
[1]
Gubern, Román: Del bisonte a la realidad virtual: La escena y el laberinto. Barcelona, Anagrama,1996.

© Publicado originalmente en la revista digital «el ángel exterminador», mayo 2015.