A días del estreno en el cine Gaumont de Buenos Aires del documental «Las Aspas del Molino», FelliniA Tierra de Cine tuvo la ocasión de conversar con el director chileno Daniel Espinoza García, quien amablemente accedió a contar pormenores de su trabajo sobre la mítica Confiteria del Molino, de su pasado glorioso al deterioro actual, en el marco de una historia aún mayor que narrada desde la propia experiencia vivencial, nos interroga con su mirada por el destino de estos íconos arquitectónicos y culturales en la Buenos Aires del siglo XXI.
por Jorge Cappelloni
-¿Cómo nace la idea del proyecto y que te motivó a llevarlo a cabo?
La idea nace cuando yo ya me estaba mudando del edificio de la confitería, después de dos años de haber vivido ahí. Yo estaba obsesionado con el edificio, pero al mismo tiempo tenía ganas de vivir en algún lugar normal, con un contrato de alquiler un poco más claro, sin tener que pagar 6 meses por adelantado y donde se viera plasmado el pago de expensas en el mantenimiento del lugar. Entonces llamé a mi amigo Ezequiel Laiserowitch para hacer un registro del momento de la mudanza y para hacer un último registro de imágenes de los interiores de los departamentos y los pasillos del edificio. Me quedé con ese material guardado por un par de años. Y un día mientras charlaba con mi amigo Santi Nacif, el productor de la película, surgió la idea de presentar un proyecto documental al INCAA para contar la historia del molino y mostrar esas imágenes que casi nadie había visto y que pertenecían a un lugar que a los porteños les interesa mucho. De ahí la idea se tardó muchísimo en ir tomando forma. Creo que terminó de formarse cuando terminé la edición. La principal motivación era mostrar esos espacios. Yo sentía que tenía que compartir el privilegio de lo que estaba viendo, ya que mi historia ahí era una pequeñísima porción de una historia que tiene que ver más con la ciudad que conmigo.
-Teniendo en cuenta tu propia experiencia habitando el edifico donde funcionara la emblemática Confitería del Molino ¿Cómo fue tu relación con el lugar, con los habitantes y a la vez con la historia misma que querías empezar a contar?
Como te decía, yo estaba obsesionado con ese lugar. Todos los días encontraba algún detalle nuevo en los departamentos, en los pasillos y hasta en la fachada del edificio, y decía ¿Cómo a alguien se le pudo ocurrir poner esto acá? A veces habían detalles de la fachada que yo veía del balcón, que eran imposibles de ver desde la calle. Era una arquitectura que hoy es imposible. Ningún arquitecto pensaría en hacer algo parecido, no por que ahora sean mejores o peores los arquitectos, si no porque la arquitectura ya ha pasado por muchas formas para llegar a lo que es ahora. Lo del molino ocurrió en el momento en el que lo construyeron y ya se acabó. Es un antecedente muy fuerte del pasado. Pero vivir ahí implicaba hacer una especie de aguante, que es lo que hacen los chicos que habitan ahí hoy en día. Ya no tienen agua ni ascensor, y viven en un cuarto piso que en realidad es como un octavo de los departamentos de hoy en día, y suben y bajan por escalera varias veces al día. Tienen que juntar agua para llevarse al departamento y tal, pero eso se aguanta porque el espacio es muy bueno. Yo quería contar una historia, pero no «la historia» del edificio, si no la historia de este momento del edificio. Para eso igual tenía que contar algo que contextualizara al edificio del que estábamos hablando, pero para mi fue muy difícil encontrar la columna vertebral del relato. Al final son tres o cuatro historias que perfilan la historia actual del edificio, y sinceramente no sé cómo llegué a eso. Simplemente sucedió en el montaje.
-El documental intenta descifrar los por qué del abandono de este mítico lugar, pero también deriva en otros tópicos como tus propias experiencias y las de un grupo de chilenos viviendo en Buenos Aires; y en cierto modo obra como una radiografía del pensamiento porteño. ¿Crees que fue deliberado o fue surgiendo con el transcurrir de tu vida en la ciudad y así lo volcaste en el film?
Fue un proceso, porque las primeras imágenes las hicimos en 2007 y yo había llegado a fines del 2005 a Buenos Aires. El molino era de los primeros espacios que yo conocía de capital, y desde ahí iba conociendo el resto, incluyendo ese «pensamiento porteño» que tu mencionas. Entonces la película apareció en medio de un proceso de desarrolllo personal que yo estaba viviendo, tenía que ver con lo que estaba aprendiendo del oficio de realizador audiovisual, y lo que estaba aprendiendo como inmigrante en una ciudad en donde no conoces a casi nadie. Entonces seguramente en esa condición reparas en cosas que quizás tienen que ver con la cotidianidad de la gente de Capital, pero que a uno le parecen sumamente llamativas, porque es todo diferente. Y más aún con el tema del molino, porque cada vez que algún porteño o porteña habla del tema surge como una especie de autocrítica, como si fueran ellos mismos los culpables, o más bien su idiosincrasia, del estado del edificio. Entonces ahí el pensamiento porteño se mete en el relato de manera inevitable, sin que yo trate de conducirlo mucho.
-La película también aborda tangencialmente la problemática de la identidad y una idea de puja entre modernismo y conservacionismo del patrimonio arquitectónico y cultural, ¿Lo crees así y era esa también tu intención inicial ?
Creo que en las grandes ciudades el tema de la conservación del patrimonio arquitectónico es siempre difícil, ya que siempre está a merced de lo que va a traer el «progreso». Nunca se sabe si eso implica echar abajo todo y construir edificios nuevos que saquen el mayor partido a las ecuaciones de precio/espacio y que funcionen como un buen negocio, o si va a aparecer algún organismo que considere que eso no es para hacer negocios, si no para hacer cultura, y va a financiar esa conservación.
Respecto a esto hay espacios que son más sensibles a esta encrucijada de qué es progreso realmente, y el molino es sin duda un lugar sensible, ya que si ahí a alguien se le ocurre meter un shopping, no sé lo que puede llegar a pasar. En mi país , hace un tiempo metieron un shopping en Castro, una ciudad pequeña muy bonita que está en la isla de Chiloé (Chile). El edificio no tiene nada que ver con su entorno (ya que todos esos shoppings vienen prediseñados y son todos iguales, sin ninguna onda por afuera), entonces te rompe toda la armonía del paisaje. Creo que en ese sentido hacen falta entes reguladores que mantengan la «cultura del patrimonio», que inevitablemente necesita financiación. Más allá de que yo haya querido meter este tema en la película, creo que es un tema que es inseparable de la figura del edificio de la confitería del molino.
¿Algo más que quisieras agregar?
-Quizás la película responde algunas preguntas respecto al edificio, pero muchas otras no las responde e inclusive abre más preguntas. Más que una película «biográfica» del edificio, es un conjunto de historias que tuvieron a ese lugar como escenario. Yo lo que espero es que esta película contribuya a la discusión que hay acerca de la puesta en valor del edificio, que hoy en día está reactivada gracias a una sanción favorable en diputados a una ley que autoriza la expropiación por parte del estado.
Ojalá que la ciudad pueda recuperar ese espacio, que es tan característico de ella.
© 2014 FelliniA Tierra de Cine
Agradecimiento especial a: Violeta Burkart Noe