Los finales de Ennio Morricone

Por Oscar Alvarez

Veamos, Elliot Ness (Kevin Costner) acaba de derrotar a su archienemigo Al Capone (Robert De Niro); la batalla final en los tribunales sin embargo no se da por lo más significativo de los crímenes del capo mafioso, no. Será encarcelado por un emergente de los mismos, evasión de impuestos, un delito más, pero seguramente no el más cruel de los que ha cometido. La travesía ha sido larga y, sobre todo, ha tenido dolorosas pérdidas: el asesinato de Jim Malone (Sean Connery), su mentor, el que lo ha llevado a través del valle de las sombras y que le ha señalado que el camino seguramente va a tener costos morales y afectivos. La otra pérdida del equipo está encarnada en el personaje mas inocente: Oscar Wallace (Charles Martin Smith) que indica el impensado camino de lo contable para acorralar a Capone; como una advertencia del enemigo que enfrentan, su asesinato será particularmente despiadado, teñido además por la traición doméstica. Ness, que ha aprendido amargamente el precio que tiene que pagar, deja a su último compañero, George Stone (Andy García) el talismán de Malone, le pasa el testimonio en la lucha contra el crimen, el querría que lo tuviera un policia… voy a casa”.

Cuando sale a la calle, un periodista que lo ha perseguido con sus preguntas durante toda la película, formula una última, definitiva demanda: “Señor Ness, se comenta que se va a levantar la prohibición, que va a hacer entonces?”, Costner (Ness) lo mira, sonrie levemente, y le dice “Iré a tomar un trago” y se aleja caminando calle abajo entre los grandes rascacielos. La cámara lo ha tomado al inicio de su salida a la calle en un evidente contrapicado, la figura de Costner se recorta, gigante, contra los edificios, igualando su altura, pero a medida que progresa la escena la cámara va ascendiendo y en el plano final, en la perspectiva de la calle con sus enormes construcciones, Ness es un transeúnte más, cada vez más pequeño, ha vuelto a la normalidad luego de su titánica tarea, va a casa…

La música que acompaña esta escena es de Ennio Morricone, fallecido esta semana a los 91 años, la partitura tiene un crescendo permanente, los vientos de las tubas y los violines despliegan una épica que luego las trompetas y flautas remarcan por contraste, desarrollando un transcurrir en otro tono y volumen. La lucha ardua de todos los días y un éxito que necesita renovarse permanentemente. Una extraña emoción, proveniente de la evolución del relato, de la solvencia de la dirección, de actores que hacen entrañables a sus personajes, envuelve el momento pero es la música la que finalmente lo define.

Salvatore Di vita, (Jacques Perrin) se sienta en la penumbra de la sala a ver el misterioso último regalo de Alfredo (Philippe Noiret). “Totó” el sobrenombre con que lo llamaban de niño, es el que lo identificó ante Alfredo, un solitario proyectorista del “Cinema Paradiso” el cine del pueblo. Con él se formará y disfrutara en la cabina de proyección de las maravillas de cine. Con él compartirá las funciones lugareñas, plagadas de situaciones y personajes característicos. Con él padecerá en la cabina las órdenes censoras del cura del pueblo. Con él aprenderá que “lo que sea que termines haciendo, ámalo”. Esa premisa es la que lo ha llevado desde el pueblo de su Sicilia natal al reconocimiento como director de cine en la Roma capital, donde se dispone a ver el impensado y postrer presente de Alfredo. Y es esta última proyección la que contiene todas las partes censuradas que ha guardado y compilado Alfredo para él, una definitiva y final ofrenda de amor al cine y a aquel Totó que miraba con ojos asombrados las grandes imágenes de la pantalla. Y Totó, Salvatore, maravillado una vez más, llora ante las imágenes que repiten una y otra vez esos besos apasionados, ingenuos, atrevidos, sorpresivos… todas las demostraciones de amor que han compartido. Y la música acompaña este estado de emoción, se alternan los vientos y las cuerdas, sobre imágenes recortadas de su relato inicial y ordenadas en esa inmensa demostración de pasión por el cine, ahora también en el sonido, de nuevo con un crescendo que no termina hasta que en la pantalla aparece la palabra “Fine”.

Los Intocables de Brian De Palma, Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore. Dos películas, dos finales, dos partituras que logran transmitir en los escasos minutos de su duración, todo el dolor, toda la felicidad, toda la emoción de sus historias.

Sólo me queda decir, de nuevo, ¡Gracias Ennio!, llevo tus sonidos en mi corazón (perdón por el atrevimiento)

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , , . Guarda el enlace permanente.