El último Fellini:un payaso con arrugas

Incluso la mayor parte de los fans que adoran a Fellini probablemente discutirían con un poco de inquietud las dos últimas décadas de su héroe. Los críticos han sido menos sutiles. Hace unos años, un reconocido comentarista de cine me dijo con orgullo que se había dormido durante la proyección de la última película de Fellini “La Voz de la luna” (1990). No me impresionó – aunque cortés (y cobardemente), me abstuviera de contradecirlo. Ahora es el tiempo para hacerlo.

Es simplista desestimar los últimos trabajos de Fellini por auto indulgentes y carentes de inspiración. Aclamado después de “La dolce vita” (1960) y “8 1/2” (1963) sus películas parecieron perder el poder de hipnotizar a críticos, público y otros cineastas. La excepción fue “Amarcord” (1973), el cuento surrealista y onírico de la juventud del director en Rímini, sobre la costa Adriática. Unos pocos críticos italianos se equivocaron al apreciar su afectuosa visión por su ciudad de provincia bajo el fascismo, pero el hecho de que sus personajes amaran mujeres voluptuosas y líderes con egos megalómanos, fue una perfecta parodia de la Italia de Mussolini (y hubiese  funcionado también para la Italia de Berlusconi).

“Amarcord” es una película empapada de nostalgia. Fellini se sentía cada vez más separado del ritmo y el carácter distintivo de la Italia actual, y este progresivo sentido de enajenación está en el corazón de sus últimos trabajos. “Casanova” (1976) y  “Y la nave va” (1983) eran un adiós a un mundo extinto de privilegios aristocráticos, placeres sensuales y estaciones que lentamente transcurrían. Pero Fellini también se despedía del mundo temerario y ruidoso en el que vivía. Y mientras lo hacia nos dejaba un regalo y una advertencia.

El regalo es el documental de ficción. La mezcla de hechos y ficción se hizo su modo de enfrentarse con la necesidad de hablar de él en un mundo donde ya no se encontraba invitado. El proyecto improvisado de “Block-Notes di un regista” (1969) le proveyó  la oportunidad perfecta de desarrollar una nueva técnica. Una entrevista de sí mismo era convertida en un sardónico enredo de archivo documental y  ensoñaciones personales. Y si el ritmo de los subsecuentes documentales de ficción como “Los Payasos” (1970), “Roma” (1972) y  “Entrevista” (1988) era discontinuo y  pesadillesco, es más producto de una reflexión de su visión desilusionada de la sociedad contemporánea que un signo de fracaso artístico. Las antologías del cine mundial deberían guardar un espacio para la poderosa visión barroca de secuencias tales como el desfile de modas de ropa eclesiástica en Roma o el descubrimiento de una casona antigua segundos antes de que desaparezca para hacer un camino destinado a una nueva línea de metro. El documental de ficción quizás no sería un género establecido, pero tanto Michael Moore como Nanni Moretti han mostrado como una toma directa en contemporaneidad puede proveer a un director egocéntrico de una plataforma de lanzamiento.

Fellini también nos ha legado una deseosa súplica para cuidar de nuestro mundo, rechazar el predominio de la cacofonía y los espasmos de la vida moderna. “Ensayo de Orquesta” (1979) y “La ciudad de las mujeres” (1980) presentaron sus miedos sobre el desmoronamiento de  las viejas certezas – jerarquías sociales, dominación masculina -, mientras que “Ginger & Fred” (1985) fue su manifiesto contra el páramo artístico de la televisión comercial. Es cierto que su estilo creativo no era completamente apropiado para representar las preocupaciones sociales, y hay casi una separación esquizoide entre su imaginación onírica y la realidad monótona de la Italia post -industrial. Pero deberíamos hacer un acto de fe y observar nuevamente su última película “La voz de la luna”.

Tomado de la novela “Il poema dei lunatici” de Ermanno Cavazzoni, “La voz de la luna” nos pide que escuchemos en silencio las voces de los muertos que salen de pozos abandonados; nos pide que observemos en silencio y respeto la luna de poetas y músicos. Un hombre desquiciado (interpretado por Roberto Benigni) nos acompaña en un viaje surrealista por una tierra donde la gente ha perdido contacto con la realidad, sumergida por los sonidos y los colores chillones de la música disco, la publicidad televisiva y los flashes de las cámaras de los turistas. Podemos creer  en Benigni tanto como podemos confiar en una de sus mejores frases, pronunciada en un paseo nocturno a través de un campo solitario con la luna sobre el horizonte: “Pero entonces nuevamente pienso que si tuviéramos más silencio, si fuéramos más silenciosos, quizás podríamos ser capaces de entender algo”.

En el último Fellini la nostalgia camina de la mano con la poesía; el payaso se ha quitado su maquillaje y muestra las arrugas. Es un gran realizador, en un tono menor.

© Guido Bonsaver,BFI Sight and Sound, agosto de 2004.

(Traducción de Jorge Cappelloni)