En la década de los setentas vi por primera vez “El Ferroviario”(“The Railroader” -1965-), un cortometraje protagonizado por Búster Keaton producido por el National Film Board of Canadá. Para ese entonces era poco o nada lo que sabía de él y seguramente no había visto ninguna de sus películas. En el interior del país era muy difícil, en esa época, acceder a la filmografía histórica; hoy, Internet mediante, por suerte ya no es así.
Ese era el panorama cuando aquella tarde me senté delante del televisor blanco y negro de la familia para ser testigo por unos 20 minutos de uno de los espectáculos más maravillosos que había presenciado, el de un artista llevando adelante todo su genio
El corto seguramente fué cedido gratuitamente al integrar el fondo de catálogo de la embajada canadiense. Es probable que el canal local lo pusiera al aire para cubrir un segmento horario con el menor costo posible, haciéndonos de esa manera un inesperado regalo a los espectadores.
El Ferroviario fue dirigida por Gerald Potterton, un director que luego se encontraría involucrado en la realización de Yellow Submarine (una animación sobre y con unos Beatles Psicodélicos) y luego como director de Heavy Metal (animación basada en las creaciones historietísticas de la francesa Metal Hurlant), ambas hitos de la animación cinematográfica. En aquel momento yo no sabía nada de esto, principalmente porque la mayor parte no había ocurrido.
El corto tenia la intención de publicitar turísticamente las tierras canadienses(cosa que increíblemente también lograba) y ponía a Keaton en soledad a desplegar toda su añeja magia sobre la cubierta de una zorra de ferrocarril(uno de esos pequeños vehículos que los obreros usan para trasladarse y revisar las vías). De ahí su nombre y este sería el medio en que Keaton nos llevaría de recorrida por el Canadá.
Luego de un plano que nos muestra un londinense Big Ben, se despliega ante nosotros una hoja de un diario que nos conmina desde su titular a toda página:”¡Vea Canadá Ahora!” y tras imaginar que le espera en tan espléndida tierra, vemos el rostro decidido de Keaton, que ante tan ineludible orden sin mas… se arroja al Támesis. En el plano siguiente sale del mar en la costa americana y con gesto infantil y travieso inicia una inesperada marcha en el vehículo en cuestión.
En el film Keaton vuelve sobre la estrategia del cine mudo, tan conocida por él, acompañado eso sí, por una animada y juguetona música que tematiza todas sus peripecias, esta vez en color. Keaton filmo el corto cuando tenía casi setenta años, en un momento de su vida en que estaba muy lejos de ser uno de los primeros de Hollywood, aquel que tuvo el control creativo de las producciones que interpretaba, a punto de llegar a dirigirlas finalmente. Ya había conocido la oscuridad y la penumbra del fracaso y el olvido al que lo llevaron una vida intima llena de pleitos y divorcios, un alcoholismo que lo consumió y finalmente un humor físico y silente que quedaría relegado ante la innovación del sonido cinematográfico
Ahí está su cara plagada de arrugas y ojeras que certifican su azaroso pasado. Pero no importa, otra vez, como antes, Keaton se lanza a la aventura y nosotros con él y por unos minutos será nuestro anfitrión, nuestro huésped y como siempre desde ese momento, nuestro amigo.
Es hermoso verlo desplegar toda su kinética e impávida rutina sobre la pequeña superficie del vehículo, lanzado a toda velocidad, impertérrito ante las vicisitudes del viaje(¡a los setenta años!). Ora limpia prolijamente el transporte con el detalle y la pulcritud de un ama de casa. Ora dispone aplicadamente el mantel para el almuerzo. Y no nos ahorra momentos de humor surrealista cuando extrae de la pequeña caja de herramientas todo tipo de comidas, utensilios, y vestimentas como si fuera la inagotable galera de un mago. Aquí se convierte en fotógrafo para registrar con una voluminosa cámara …la oscuridad de un túnel. Allí es un implacable cazador que asoma camuflado entre las ramas con que ha vestido a su vehículo, mas acá se debate debajo de un plano que lo atrapa y se resiste a soltarlo. Y todo esto cuidando también que no entre una gota de lluvia al puntual five o´clock té, que ingiere con gesto afectado.
El film destaca por su cinética ascética y absoluta. Desde el inicio todo es viaje, todo es movimiento, todo es plasticidad: en algún momento vemos la cabeza de Keaton recortarse sobre el suelo de una estación avanzando con rapidez, en otro, mientras los vagones de un tren que pasa nos impiden por momentos su visión, Keaton alterna diferentes posturas como si estuviéramos viendo una serie de fotos móviles, y no falta el instante en que la catástrofe se avecina inexorable…para ser evitada en el último segundo, hecho que, por supuesto, Búster toma con total naturalidad. Un movimiento, el del film, que finalmente es el ballet de uno, uno que con sus gestos leves nos sorprende y deleita kilómetro a kilómetro pleno de una curiosidad permanente que nos devuelve a la infancia.
No quedan dudas del homenaje que implica el corto a la que fue quizás la mejor obra de Keaton:“El Maquinista de la General”, lo que se manifiesta explícitamente en la elección del tema y del protagonista.
Espero y deseo que Keaton disfrutara de la realización de este corto filmado aproximadamente un año antes de su muerte.
Espero y deseo que Potterton, como otros realizadores que lo encontraron en esa época, valorara y disfrutara el arte de un ser inigualable.
Afortunadamente hay datos de que esto ocurrió en la producción del corto y que Keaton volvió a divertirse como antes durante su filmación(el detrás de cámaras quedó registrado en un documental llamado “Búster Keaton Rides Again”).
Pero, y aunque todo esto es importante y destacable, para mí lo más importante es ver a alguien que, luego de tanta vicisitud muchas veces cruel e innecesaria, se entrega con la misma pasión, con la misma energía y fundamentalmente con la misma ingenuidad esencial, al arte que convirtió en profesión, como si esta fuera su primera vez, en una muda lección para todos aquellos que lloramos inmóviles nuestro, a veces pueril, infortunio cotidiano
Y al final, ahí lo vemos despedirse, perdiéndose por las vías, en busca de nuevas aventuras.
Como antes. Como siempre.
Para todos Fellinia propone entonces: “The Railroader”
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